miércoles, 4 de julio de 2018

EL PRECIO DE UN PIN. EL ANÁLISIS: MOTIVACIÓN

Cada ser humano es un mundo, y los psicólogos lo sabemos mejor que nadie. Pero hay muchos puntos en común entre todos nosotros al coincidir en ciertos rasgos de personalidad y las circunstancias que vivimos. Un psicólogo no necesita pasar por situaciones similares a las que viven sus pacientes para ser capaz de comprenderlos y ayudarlos, porque precisamente nos formamos para esto, pero sí es cierto que cuando experimentamos en primera persona ciertos acontecimientos, podemos captar detalles que para quien no ha estudiado psicología pasarían desapercibidos. 

Quien sabe de música es capaz de interpretar una partitura, y diferenciar las notas en una canción. De la misma forma, una psicóloga como yo que tiene una vivencia deportiva como la preparación de un tercer dan de karate, puede analizar su experiencia y que este análisis sirva para arrojar luz a los deportistas que hayan pasado por situaciones similares, sean o no psicólogos. 

Es por este motivo que, una vez contada la "película" de mi examen, voy a analizarlo, empezando por cómo fue y evolucionó mi motivación. Explico en primer lugar la diferencia entre dos tipos: 

- Motivación intrínseca: la que se tiene por la práctica en sí de la actividad elegida. La recompensa es el disfrute haciendo lo que te gusta, aunque te esfuerces mucho. 
- Motivación extrínseca: cuando lo que quieres es conseguir determinado objetivo, el cual conlleva una recompensa o un reconocimiento social. En el deporte en general, conseguir un triunfo, una marca, etc. En el karate, pasar de grado, competir... 

Mi motivación para practicar karate es básicamente intrínseca, y explico por qué. Empecé en 1988, a los 21 años. Elegí un arte marcial porque quería aprender a defenderme por mí misma. En mi primera clase casi desfallezco por el esfuerzo físico, y eso que yo entonces estaba en forma por el ciclismo, pero en la segunda vi hacer al hijo del profesor un kata básico (Godan) y me impresionó tanto que me daba igual si aprendía a defenderme o no: yo quería hacer “eso”. 

Como fuentes de motivación extrínseca tuve los cambios de cinturón hasta marrón, que conseguí a los dos años de empezar. En el gimnasio que estaba entonces no te preparaban para negro, con lo cual seguí entrenando por puro gusto, hasta que, cuando me independicé, tuve que dejarlo durante tres años. Trabajaba a jornada completa a la vez que estudiaba la carrera por la UNED, por lo que no tenía tiempo para entrenar. Al regresar al karate, había cambiado de barrio, por lo que empecé en otro gimnasio donde topé con un profesor que me animó a sacarme el negro. Y así volví a tener un objetivo, es decir, motivación extrínseca. 

Este profesor, no obstante, dejó de dar clases antes de que yo estuviera preparada para examinarme, y me aconsejó apuntarme al que es mi gimnasio actual, en el que él aprendió, y pasó de profesor a compañero de clase. 

Siguiendo el protocolo karateka, en las primeras filas del tatami se suelen colocar los grados altos, y a continuación los kyus (cinturones por debajo del negro). En otros gimnasios, un primer dan puede ser un profesor, pero en el que aterricé, cuando apenas habían pasado tres meses del nuevo siglo, podían estar hasta en la última fila. Es decir, el nivel era muy superior a lo que yo había conocido hasta entonces. Además, a medida que vas subiendo de grado aprendes nuevos katas y más bonitos. Mi motivación creció, por tanto, en sus dos vertientes: intrínseca (aprender más katas) y extrínseca (conseguir el cinturón negro). 

Lo logré a finales de 2002, tras suspender un año antes. En ese momento es cuando te dicen que ahora empiezas a hacer karate de verdad... o sea que había estado 14 años haciendo gimnasia con karategui... ¡pues vaya! 

En este punto entro en mi “zona de confort”. Estoy feliz con mi cinturón negro, aprendo nuevos katas… no tenía ninguna prisa por subir de dan. Pero la motivación intrínseca a veces no es suficiente, y si vas viendo como tus compañeros progresan y ascienden de grado acabas motivándote tú también. Eso no pasaba en mis anteriores gimnasios, pero en el actual sí. Así que pasados unos años preparé varias veces las técnicas para el segundo dan pero no me veía bien cuando me grababa en video. Hasta que unos compañeros, entre ellos el profesor por el que me apunté a este gimnasio, me dijeron que había mejorado mucho, por lo que me animé a fijar ese segundo dan como un objetivo a conseguir. 

Hay quien dice que para progresar necesitas una meta, en karate en concreto me dijo un compañero que “si no te examinas no progresas”. En mi caso primero vino el progreso y luego la decisión de examinarme. Y también dicen que tras conseguir tu objetivo, te “desinflas” y dejas de evolucionar durante un tiempo, vamos, que te duermes en los laureles… Tampoco coincidí en esto, puesto que tras el segundo dan, que conseguí en 2015, mi nivel de ejecución aumentó hasta el punto de ser resaltado por mi profesor durante varios meses. 

La explicación que le encuentro a esa desmotivación tras la consecución de tu sueño, es que la persona ha tenido más motivación extrínseca que intrínseca. La primera, lógicamente, desaparece una vez conseguido ese objetivo, y si la segunda no es fuerte, te relajas en exceso. No es lo que a mí me ocurrió, porque disfruté mientras preparaba mi examen, lo tomé con tranquilidad, mi uke entonces fue una amiga con la que compartía más risas que trabajo duro, y no me presioné a mi misma en ningún momento. Como comenté en el artículo anterior, incluso pospuse la fecha del examen hasta recibir el visto bueno de mi profesor. Aprobé ese segundo dan a la primera, y apenas pasé nervios en el examen (el tema de la activación fisiológica lo trataré en otro artículo). 

Pero no ha sido así con el tercer dan. 

El salto de calidad tras conseguir el segundo, como he comentado antes, fue muy reforzado por mi profesor, por lo que le cogí el "gustillo" a esa recompensa, y a realizar katas cada vez más bonitos y difíciles. Decidí entonces no esperar tantos años para el siguiente grado, sino sólo los tres obligatorios. O sea, fijé mi siguiente objetivo apenas conseguido el anterior. Para mí el tercer dan, además, suponía “palabras mayores”, es decir, muuucho nivel. 

Mi lesión truncó ese sueño por unos meses, pero seguí con la idea y aunque el dolor en la rodilla no se iba del todo decidí preparar el examen. En Marzo ya tenía mis técnicas, y me sentí fuerte y capaz. Objetivo a la vista: puedo conseguir el tercer dan. Ahora me falta el uke. Un compañero de clase, que quería asimismo presentarse más adelante a este mismo grado, se ofreció a ayudarme, y le tomé la palabra. Como comenté en el artículo anterior, no se limitó a hacer de "sparring" como pasó con mi amiga en el segundo dan, si no que se involucró como si fuera un coach. Y contrariamente a cómo yo suelo reaccionar, me funcionó, porque la suya no era una postura rígida en la que yo tenía que obedecer y hacer lo que él dijera, sino que fue un trabajo en conjunto. Aprendí muchísimo, y también hubo risas y buen rollo. 

Aquí la motivación surgió del compromiso: viendo que alguien que apenas conocía se implicaba tanto, no podía por menos que corresponder y "ponerme las pilas". No existe un término concreto para este tipo de motivación, pero a mí se me ocurre que podría llamarse "motivación vicaria". El aprendizaje vicario, definido por Bandura, es aquél que se produce por imitación, siguiendo a un modelo. En mi caso la motivación me la contagió mi uke. Por eso decidí examinarme sin el visto bueno de mi profesor. Había que hacerlo, y punto. 

En cuanto a mi venerada motivación intrínseca, casi desapareció tras repetir una y mil veces el mismo kata (Heiku). Le cogí manía, literalmente, no lo disfrutaba, a pesar de ser uno de mis katas favoritos. Pero con tanta repetición descubrí algo nuevo: hubo un punto en que los movimientos “salían solos” y la ejecución quedaba mucho más convincente, equilibrada y contundente. Fue como un “clic”: había automatizado, dejando de pensar en cómo pulir los detalles. Así pude centrar mi atención en imprimirle más fuerza. 

Fue en ese punto cuando al maestro le empezaron a gustar algunas de mis técnicas, hasta culminar con el “has mejorado muchísimo”. Y mi uke, que durante semanas me exclamaba “más chicha, más explosivo”, me confesó que como a dos semanas del examen tuvo claro que iba a aprobar. Y es que no se trata tanto de ser agresivo y sacar “la mala uva”, sino de repetir y repetir hasta que tu memoria motriz automatice los movimientos y no necesites pensar en cómo son, pudiendo centrar tu atención en hacer fuerte, rápido y con equilibrio.

Hay más tipos de motivación de los que podría hablar, pero no quiero extenderme más. Como conclusión diría que para un óptimo rendimiento lo ideal es no “cerrarte en banda” sobre cuál es tu forma ideal de motivarte, y ser flexibles, dejando que lo que a priori no os motiva pueda serviros también de aliciente para entrenar y progresar. 

En mi caso tirar de motivación extrínseca ha supuesto no sólo salir de mi “zona de confort” sino evolucionar a nivel personal, y descubrir facetas en mi que desconocía (nunca acabas de descubrirte…). Ha sido mucho más duro, pero ha merecido la pena, porque la recompensa y la satisfacción son mucho mayores. 

La mejor forma de aprender es ser flexibles, porque si no estás abierto a sugerencias y cambios ¿cómo vas a evolucionar?