- Nunca se retrocede... ni para
coger carrerilla.
A veces una frase tan sencilla como
ésta vale más que meses de entrenamiento, de perfeccionar técnicas, de sufrir,
tolerar el dolor, sudar, pasar malos momentos… perseverando para lograr tu
objetivo. Qué va a decir una psicóloga deportiva de lo importante que es el
estado mental en la consecución de una meta. Y a la hora de experimentarlo personalmente,
la importancia que pueden tener siete palabras que llegan en el momento justo.
He puesto las ganas, la fuerza, el sacrificio, la constancia y la voluntad,
pero sin esa frase… no me hubiera lanzado “a la piscina” y hoy todavía no sería
tercer dan, cerrando un ciclo complicado de mi vida a nivel personal.
Este artículo y el siguiente están
dedicados a todos aquellos deportistas que han sufrido y luchado por superar
una lesión, y a aquéllos que por cualquier otra circunstancia tuvieron que
pasar por momentos duros, durante los cuales llegaron a dudar de sí mismos y toparon
con obstáculos que parecían insalvables. En este primer artículo voy a narrar
la película de la preparación y consecución de ese tercer dan, y en el segundo artículo
haré el análisis psicológico de dicho "film". Siento que se sepa ya
el final, pero como es feliz ¡mejor que mejor! ;)
Empiezo por hacer una breve
exposición acerca del karate y las artes marciales, para quien no conozca el
tema. Algunos "puristas" no lo consideran un deporte, pese a contar
con todos los componentes que conlleva. No es mi caso, porque me considero
deportista y dentro de los deportes que practico el karate es mi favorito. Cada
deporte tiene sus características especiales, y en el caso del karate, al ser
un arte marcial, hay una faceta espiritual y un sentido de alerta ante el
adversario, además de disciplina y marcialidad (como su propio nombre indica).
La disciplina con respecto a los grados superiores y a quien te enseña, en
concreto, añade más tolerancia a la frustración que otros deportes, porque al sensei (maestro) no se le replica,
contesta ni se pide explicaciones. Vamos, como en el ejército.
La gradación es la siguiente: se
empieza por el cinturón blanco y vas subiendo colores como en una caja de lápices finalizando en el negro, que si lo sacas a partir de los 16 años es
un primer dan, y te examina tu federación autonómica. A partir de aquí,
segundo, tercero… hasta que el cuerpo aguante. En cuanto a los términos, además
del señalado sensei, un kata es como un combate imaginario, en
el que te defiendes de varios adversarios utilizando diversas técnicas (existen
5 básicos e infinitos superiores), y el uke
es el compañero que te ayuda (hace de sparring) en los exámenes.
En mi gimnasio hay varias clases y profesores
y yo suelo acudir, por regla general, a la que imparte un quinto dan por las
tardes, al que llamaré de ahora en adelante profesor,
pero en algunas ocasiones voy a la clase de las mañanas, impartida por el maestro, que es noveno dan y muy
conocido y respetado en este mundillo.
Empieza la película...
Las técnicas para el examen (que se
denominan Henka Waza cuando es tercer
dan) y el trabajo con el compañero son diseñados por el aspirante al grado
deseado. Asimismo, elige un kata superior como voluntario, y otros seis más. A
medida que va confeccionando dicho diseño, se lo muestra a su profesor o
maestro para que le haga las correcciones y/o sugerencias oportunas. Cuando me
estaba preparando el segundo dan, recuerdo que primero mostré mis técnicas al
profesor en un rincón del tatami. Me corrigió y sugirió algunas que eran
mejores y más aplicables. Yo las entrenaba de nuevo y se las volvía a mostrar,
hasta que el examen estuvo bien “afinado” y las técnicas automatizadas al
haberlas entrenado, momento en el que mi profesor me expuso en el centro del tatami
para trabajar el miedo escénico. Pero en esta ocasión, decirle: "ya tengo el
Henka Waza" supuso que me expusiera directamente ante un tribunal que él
mismo formó con grados altos en la clase. Así, sin anestesia ni nada...
Me llovieron críticas a diestro y
siniestro...
Todas las veces que expuse el Henka
Waza y el kata voluntario ante mis compañeros no dejaban títere con cabeza, y
eso que el profesor hacía críticas más constructivas. Para que os hagáis una
idea, un alumno quinto dan dijo que no le gustó mi primera técnica porque en el
siko dachi (postura típica de los luchadores de sumo) metía la rodilla un poco
hacia adentro.
- Pero
¿y el resto del examen? –le preguntó el profesor.
- No sé, porque como no me ha
gustado la primera técnica, he desconectado y yo suspendería al aspirante
-contestó.
Curiosamente a mi profesor sí le
gustaba dicha técnica, y también al maestro, del que luego hablaré. Supongo que
entonces no quedaba tan mal mi rodilla operada.
Cuando pasé a mostrar la parte con
mi uke, que consistía en un bunkai (aplicación técnica de un kata) y cuatro
técnicas de oyo waza (defensa ante un ataque, dejando al adversario sin
posibilidad de respuesta), seguimos en las mismas. Eran tan feroces las
críticas que pensé, una de las veces que estaba realizando el examen ante
ellos, que hiciera lo que hiciera no les iba a gustar absolutamente nada de mi
ejecución, y me iban a sacar fallos hasta de las arrugas del karategui. Y
tenías que aguantar el chaparrón. ¡Disciplina!
Pero a pesar de dicha exposición “a
palo seco” yo seguía siendo optimista. El miedo escénico lo superé hace tiempo,
a base de exponerme en clases, charlas, mesas redondas… por lo que intento
sacar la parte constructiva de las críticas aunque sean más bien destructivas.
Soy karateka, entreno en uno de los mejores gimnasios de Europa y, como he
explicado al principio, sé cómo funciona este deporte y este gimnasio en
concreto.
Siguiendo el mismo protocolo que en
el segundo dan, presenté mi examen antes de echar los papeles para poder
examinarme (como cuarenta días antes), al objeto de que mi profesor me dijera
si estaba preparada o no para ese tercer dan. Volvió a montar el tribunal con
los grados altos, pero esta vez sólo les dejó a cada uno de mis compañeros
comentar una parte de mi examen, poniendo él el punto y final:
- Lo tenéis, el examen lo tenéis, pero si vas en
Junio hay que entrenarlo mucho, pero mucho. Quizá sería mejor que fueras en
Julio, pero de todas formas, al ser un tercer dan, no es necesario pedir autorización
para presentarse, en este grado es el propio aspirante quién decide.
Para mí su aprobación era
fundamental, como lo fue para el segundo dan, cuyo examen pospuse hasta que me dio ese visto bueno. Y a
lo que me sonaron sus palabras fue a un “yo que tú no lo haría, forastera”. Hace
años que dejé de entrenar el mes de Julio, desde que suspendí el examen de
primer dan justo en dicho mes. Para mí es el peor, se pasa fatal por el calor y
en mi caso prefiero descansar del gimnasio y dedicarme de lleno a la bici, para
disfrutar del aire libre y el buen tiempo. Tenía clarísimo que no me examinaría
en Julio, y la siguiente convocatoria de exámenes es en Diciembre. Pero en esa
fecha es cuando tenía mi uke pensado examinarse también, y además de no
fastidiarle no quería perder todo lo trabajado hasta ese momento con el parón
del verano. Así que, como el trabajo no es sólo mío, sino también de mi
compañero, decidí preguntarle:
- Tengo
dudas ¿tú como lo has visto?
La contestación fue la frase con la
que encabezo el artículo, añadiendo que si le ponemos nervio y ganas ¡adelante!
Nunca le agradeceré lo bastante a
mi uke que me animara a presentarme en la fecha prevista.
Soy de carácter tranquilo y
constante, y tengo mucha paciencia, con lo cual tengo más tendencia a cocinarme
a fuego lento que a la parrilla vuelta y vuelta. Probablemente hubiera ido
mucho más serena al examen de Diciembre, pero ir en Junio ha supuesto para mí
una inyección de adrenalina y de progresión que difícilmente se hubiera
producido de esperar seis meses más. Día tras día, seguí entrenando mi kata elegido
para la ocasión (Heiku) y el Henka Waza en las clases de mi profesor (le pedí
permiso). Mi uke entrenaba conmigo cuando le daba permiso (seguimos con la
disciplina), y todos los sábados por la mañana, como un clavo, a las 9:30
estaba en el tatami, libre a esas horas para que pudiéramos entrenar los que
nos examinamos o los que compiten.
En alguna de estas ocasiones, el
maestro, que "pasaba por allí" (es el dueño del gimnasio) nos pidió que le enseñáramos el examen. Como si no
tuviera bastante con las críticas de la tarde, tuve que soportar una charla en
la que me corrigió no sólo el bunkai, sino casi todas las posiciones,
movimientos, fuerza, equilibrio, etc etc… (más disciplina sin rechistar, que
además es el maestro…) pero también me ayudó a diseñar la parte del oyo waza,
en la que estábamos atrancados. Y aunque fueran tantas las correcciones que era
difícil quedarse con todas, sus sugerencias me valieron de mucho, y eso es lo
que a mí me importa.
Es más, dupliqué entrenamiento
acudiendo, cuando mis pacientes me lo permitían, a sus clases por las mañanas,
porque me estaba ayudando mucho. Mi profesor, por las tardes, dejó de exponerme
ante mis compañeros y me revisaba personalmente el examen, haciéndome correcciones
muy puntuales pero acertadas, aunque, si he de ser sincera, eché un poco de
menos el mayor apoyo que recibí cuando me preparaba el segundo dan. Será que al
subir de categoría, como él mismo me dijo, hay que ser más autosuficiente...
Una semana antes de examinarme una
compañera de la mañana, tercer dan, se pasó por el tatami a ver mi examen. Pudo
contemplar a mi uke en su “máximo esplendor” dándome caña como si fuera un
sargento entrenando a un soldado (dosis megaextra de disciplina...). Se quedó
alucinada.
- Pero…
¿qué uke te has echado? ¡Si parece un coach!
El coach en karate es el entrenador
que anima a sus competidores desde una esquina del tatami en los combates. Y aquí
la rebelde con causa aceptando órdenes como si fuera Richard Gere en “Oficial y
Caballero”. Hasta haciendo combate, que es lo que menos me gusta del karate, y tomando
nota de las sugerencias de mi uke. Pero lo mejor fue el comentario de mi
compañera:
- Lo haces fenomenal, vas
sobrada, qué seguridad, qué fuerza, qué estabilidad… ¡apruebas seguro!
Esta es la otra frase que para mí
ha sido fundamental a la hora de sacarme el tercer dan. Me di cuenta entonces
de que a pesar de que yo, en principio, me veía capaz de aprobar, las salidas
al centro del tatami con tantas críticas minaron mi autoconfianza. Si bien mi
uke ha sido fundamental para sacarme este tercer dan en Junio, me faltaba ese
refuerzo positivo, ese apoyo, ese creerme que voy a conseguirlo, para estar más
convencida de lograrlo.
Como ya he explicado, este es un
arte marcial, militar hasta cierto punto, y sé cómo funciona, pero también sé como
funciono yo, el mismo funcionamiento que la gente en general (lo sé por mi
profesión): la exigencia no es el único camino para lograr tus objetivos. Se
necesita un reconocimiento de ese esfuerzo, de ese trabajo, por pequeño que
sea. Ese mismo día, otro compañero que estaba de uke de otro karateka, también me
dijo que llevaba el examen muy bien. Qué alivio, qué descanso… por fin unas
palabras de aliento. No obstante, como estaría de preocupada que me tiré como un
mes entero antes del examen despertándome a las 5 de la madrugada visualizando
el kata… (de la visualización hablaré en el siguiente artículo).
- Has mejorado muchísimo –me dijo el maestro cinco
días antes del examen- no sé si aprobarás o no, pero merece la pena el esfuerzo
por cómo has progresado.
Quien conozca a mi maestro sabe que
una frase así es para enmarcar y colgar de la pared. Dieciocho años llevo
entrenando en su gimnasio, y es la primera vez que oigo algo semejante. Pero el
último día antes del examen, el viernes, me quedaba la traca final: volví a entrenar con él y me machacó. Tooooda la
clase pegado a mi oreja corrigiéndome para sacar lo máximo de mí, presionándome
hasta el límite. Yo no necesito esto, pero como digo, es la filosofía de este
gimnasio y del karate y la acepto, y que el maestro se esforzara en intentar
exprimirme lo tomo como una señal de cariño y no de menosprecio.
Y llegamos por fin al examen. Había
realizado el Henka Waza y el kata sin equivocarme, sin desequilibrarme y
lanzando unos kiais (gritos) que hacían temblar el tatami. No me pidieron segundo
kata (buena señal) sino que me dijeron que continuara con el examen. Llamo a mi
uke, me giro para hacer el saludo protocolario y le veo preocupado. ¿Qué le
pasa? Empecé el bunkai y en la primera técnica casi sale volando al hacerle el
barrido, pero quedó muy bien. A partir de ahí todo normal. Fui como un
metrónomo. El examen estaba tan entrenado, tan automatizado, que mi cuerpo se
movía solo. Hay que hacer esto, esto otro, y lo de más allá. Y lo voy a hacer
bien, porque lo he entrenado, y me lo sé. Ése fue mi diálogo interno. Pero mientras
lanzaba patadas y puñetazos aquí y allá, era tanta la tensión que sentía, que necesité
coger aliento en un momento dado (una pequeña pausa), porque creía que iba a
caer desplomada por el esfuerzo descomunal que estaba haciendo.
El examen acabó y me retiré
satisfecha: si me suspenden es porque no soy lo suficientemente buena y tengo
que entrenar más, pero no es porque me haya equivocado ni desequilibrado. Otra buena señal es que no nos pidieron el kumite.
- Estabas
blanca. Tenías la cara completamente blanca –me dijo mi uke.
Entendí entonces su expresión de
preocupación. Tal era mi activación fisiológica que ante un esfuerzo extremo de
aproximadamente diez minutos no solté ni una gota de sudor. Y no recordaba
parte de las técnicas del examen, le tuve que preguntar a mi uke si las había
hecho bien, a lo que me contestó que sí, sin equivocarme y sin acelerar el
ritmo. Nunca me había pasado algo así. Pero el esfuerzo mereció la pena.
- Apto.
El maestro Ishimi, décimo dan, me
entregó el pin. Tanto esfuerzo para una cosa tan pequeña… Acabada la ceremonia
de entrega, corrí a abrazar a mi uke. Esto ha sido un trabajo de dos. Sin su
entrega y su dedicación, sus ánimos y su lucha, jamás lo hubiera conseguido.
- ¿Cómo
fue? –me preguntó el maestro tras felicitarme por mi aprobado.
- Me
puse de los nervios, pero no me equivoqué. Salió el examen redondo.
- ¿Te
pusiste nerviosa? Pues mira que te machaqué el día anterior para que fueras
tranquila…
Ambos sonreíamos. Si ya lo sé. Por
eso, aunque me desestabilizara en el kata en el que nunca me desestabilizo
cuando lo hice en su clase, tenía confianza que al día siguiente iba a salir
bien. A pesar de la presión, fui fuerte. En el segundo dan, que obtuve tres
años antes, no había estado tan nerviosa, sino sólo un poco antes, y el examen
lo disfruté entrando en estado de “flow” (máxima concentración y rendimiento). De
ahí que decidiera hacer un análisis psicológico para determinar qué me ocurrió
(el siguiente artículo).
La alegría por conseguir este tercer
dan ha sido una de las mayores que he sentido. Aún hoy, varias semanas después,
perdura. Como les digo a los ciclistas ¿qué da más satisfacción, llegar primero
en un puerto muy duro o en uno más suave, aunque sufras mucho más? Todos me
contestan que el sufrimiento merece la pena…
El viernes siguiente a mi examen acudí
a la clase del maestro, por la mañana. Me echó la bronca (caso contrario no
sería él…) por no hacer el protocolo de cambio de cinturón perfecto, pero a la
vez me felicitó por mi constancia, entrega y progreso. Viendo de quien viene,
es todo un halago, y se lo agradezco hasta el infinito y más allá, porque
además sé que lo hace de corazón, se le nota. Este tercer dan no es sólo mérito
mío, es de mi maestro, también de mi profesor con sus correcciones, de otro
profesor (sexto dan) que me hizo
sugerencias y correcciones muy buenas, y de los compañeros que me animaron y
apoyaron. Pero, sobre todo, de mi uke. Ha sido un trabajo conjunto. Tanto es
así que ni se me ocurrió hacerme una foto en la que él no estuviera. Así que
¡ahí queda ésta!