Suena bonita esa palabra ¿verdad? Cualquiera puede
imaginarse a alguien que decide luchar por aquello que desea y dejarse la piel
para conseguirlo. A esa imagen suele añadirse, por lo general, una buena casa
(sin exagerar), un buen coche (no muy lujoso), un buen trabajo (que te llene y
en el que reconozcan tu valía), una familia que te quiere y un hogar feliz. Un
soñador no se conforma y busca su destino, su porvenir, y consigue sus metas.
Es decir, se mezcla el concepto de soñador con el de triunfador, como lo
entiende la sociedad, sobre todo aquella que nos venden desde Hollywood. Ése es
un tipo de soñador. Tipo I. Más que en el dinero piensa en una vida feliz, pero
centrado en sí mismo. Hay más.
Ilustro el siguiente con una anécdota. Voy camino de mi
consulta y un coche delante de mí decide aparcar esperando a que otro salga de
su estacionamiento. Me mantengo a distancia y el vehículo retrocede, al punto
de colocarse en una parte más ancha de la calle. Me doy cuenta de que esta
maniobra me permite adelantarle y así no tener que esperar a que salga el coche
estacionado y aparque el que me precede. Me entraron ganas de parar y hacerle
la ola a la conductora solidaria: ¡por fin encuentro alguien que piensa en los
demás! ¡Milagro! Tantas veces me he topado con quien se para donde mejor le
viene sin preocuparse en apartarse para dejar pasar, o que aparca a tres metros
del que está delante en lugar de ajustarse para dejar hueco a otro detrás… no
son posturas muy solidarias que digamos.
Pero hay otro tipo de soñador (tipo II) que cree que las
personas somos buenas por naturaleza (que diría JJ Rousseau) como esta excepcional
conductora que me permitió pasar, y que por tanto es la sociedad quien “pervierte”
a la persona cuando le infringe un castigo si se salta las reglas, en lugar de intentar
“reeducarla” apelando a su buena fe intrínseca. Como ya tengo una edad,
recuerdo aquellos carteles en el metro que decían “antes de entrar dejen salir”.
No sé si fue por quitarlos, pero ahora parece que la tónica es “tú entra y quien
quiera salir que salte por encima”. ¿Realmente puede funcionar una sociedad sin
castigos, sin policía, sin leyes, sin normas, sin reglas?
Voy con el tercer tipo de soñador. Aquellos con los que me
he encontrado hoy. Los que no luchan sólo por sí mismos, sino por hacer que esta
sociedad mejore. Los que sufren una desgracia y se esfuerzan en hacer todo lo
posible para que otros no sufran lo que ellos han sufrido, y se tropiezan con
la incomprensión del tipo II de soñadores: el castigo no es bueno, y quien lo
desea lo hace por venganza. Y también reciben la crítica de los que piensan que
son como el tipo I: unos ingenuos que creen que pueden conseguir lo que se
proponen. Esa crítica viene de quien renuncia a sus sueños y no soporta que los
consigan los demás. Y por último, tienen que aguantar lo peor de todo: a quienes
se apuntan al carro clamando venganza, o buscando su propio beneficio,
utilizando el campo abonado por los demás y atribuyéndose el éxito. Los “influencers”.
Ser ese soñador tipo III no es tan bonito como lo pintan. Hoy
he visto el final de su esfuerzo recompensado en el Senado, con la aprobación
definitiva de la ley por la que se han dejado la piel, pero antes he visto su
lucha, sus esfuerzos, sus desvelos, su coraje, sus altibajos, y al fin,
su triunfo. Ahora todo parece fácil, pero no lo ha sido. Atrás quedó aquel
momento en Castellón donde Anna estuvo a punto de tirar la toalla porque todo
el mundo le daba la espalda. Se han tropezado con tantas dificultades, tanta
incomprensión, tantas promesas incumplidas, tantos sinsabores, esperanzas rotas
que se recomponen, lucha constante, sin descanso, sin desfallecer a pesar de
tropezar y sufrir un golpe detrás de otro… no sirve para esto cualquier persona.
Yo los veo y los admiro, porque creo que no les llego ni a la suela de los
zapatos. No es fácil tener tanto coraje, ganas, fuerza, sangre. Creo que va en
el ADN. Estas personas son las que realmente consiguen que la sociedad sea
mejor y que este mundo evolucione. Y cuántos más existan y más los apoyemos en
lugar de tirar piedras contra ellos, más cerca estaremos de esa sociedad
solidaria que no necesita leyes para que nos respetemos los unos a los otros.
Gracias, Anna, gracias, Mamen, gracias, Alfonso y a todos
los que habéis estado en esta lucha, por gente como vosotros mi esperanza en el
ser humano sigue viva. Y eso en mi profesión… no tiene precio.
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