viernes, 14 de abril de 2017

CAPÍTULO 2: NO PUEDO CONTINUAR

Como me temía, al día siguiente la rodilla estaba peor, andaba medio coja. Tras dos horas de espera en urgencias, me ve el médico, que mueve mi rodilla y dice que los meniscos están bien. 

- ¿Cómo te hiciste la lesión? 
- Al hacer un salto en el calentamiento de karate. 

Hace gesto de negación, pensaba que me iba a saltar lo típico de ¿qué haces a tu edad pegando saltos? Cuando para mi sorpresa me viene con un alegato machista: 

 - A dónde vamos a llegar, ahora las mujeres practican karate… 

Y a continuación me cuenta una anécdota de su lejana Cuba y el autobús (sorry, no la recuerdo, bastante tenía con preocuparme de qué iba a hacer semejante ejemplar de médico con mi rodilla). 

Miré a mi alrededor ¿dónde está la cámara? ¿Es el objetivo indiscreto? 

- Ve a hacerte una radiografía y cuando la tengas vuelves. 

Nada nuevo bajo el sol. La radiografía por defecto. Absurdo, si tuviera algo roto no podría apoyar el pie, pero bueno, habrá que seguir el protocolo. Como esperaba, los rayos dicen que mis huesos no han sufrido percance alguno. 

 - Ibuprofeno y hielo. 

Típico. Pues nada. Al tajo. Pasa una semana y noto que puedo volver a ponerme en cuclillas (antes era imposible). Volveré al gimnasio. Mi profesor me ve y me pregunta. Le digo que no estoy bien del todo. 

 - Pero al menos estás aquí. 
- Si pero porque… -me golpeo el brazo en el punto donde los yonkies se suelen pinchar el caballo. Por algo hice la tesis sobre adicción al deporte… algo debo tener. 

En la clase voy con más cuidado que un equilibrista sobre un precipicio. Intento hacer la patada circular y con la pierna “mala” no hay problema, pero con la otra no puedo porque siento que si roto la rodilla de apoyo me voy otra vez al suelo. Voy aguantando la clase y cuando llegan las técnicas de combate por parejas el profesor me pregunta si puedo hacerlas. 

- A pegar botes no me atrevo –le digo. 
- Entonces katas. 

Me pongo con un compañero que también sufrió una lesión de rodilla. Nos deja elegir kata y se me ocurre hacer la última que aprendí, sin caer en que justo compitiendo con esa kata se lesionó mi compañero. Le digo que si no quiere no pasa nada, hacemos otra, pero no le importa, nos ponemos a ella. Extremo la precaución cuando paso de posiciones altas a bajas, para que no me vuelva a fallar la rodilla como en la clase que me lesioné, y parece que todo va bien hasta que simulo la doble patada y a pesar de ir muy flojo me vuelve a doler fuerte la rodilla. 

- ¿Cómo vais? –se acerca a preguntar el profesor. 
- Le ha vuelto a dar –le comenta mi compañero. Yo casi no podía hablar.

La clase estaba acabando, pasamos a la elasticidad. Había intentado, una vez más, resistir el dolor, pero parece que mi cuerpo se rebela ante mi mente y noté que me empezaba a marear. Me concentré en procurar que se pasara la sensación, pero temí caer desmayada al suelo y opté por sentarme apoyada en la pared. El profesor me preguntó si estaba bien, le dije que me mareaba y me dijo que si quería levantar los pies. Buena idea. Apoyé las piernas hacia arriba en la pared y al poco se me pasó. Pero me quedó claro que no podría seguir, de momento, haciendo karate al ritmo normal. 

Y ahora ¿qué? Voy con la faceta psicológica. Por un lado, resaltar que mi compañero se estaba sobreponiendo a sus propios miedos realizando el mismo kata que le provocó la lesión, y eso es fundamental si quieres dejar atrás tus traumas, y por otro, que por mucho que te guste tu deporte, si hay que parar, se para. No te quedes en el corto plazo: si quieres volver, necesitas primero estar bien. Si sigues a pesar de la lesión, puede que no regreses nunca. 

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