martes, 6 de junio de 2017

CAPITULO 8: PROGRESA MÁS QUE ADECUADAMENTE

Primera noche en casa con la pierna operada. Almohada bajo la misma. No puedo ponerme de lado. Duele. Como llegamos tarde el día anterior, ya estaban cerradas las farmacias y creí que con mi marca de ibuprofeno de "toda la vida" podría tolerar el dolor. Bueno, tolerarlo lo que se dice tolerar... ¿se considera tolerable lo que no te deja dormir? Pasé la noche echando alguna que otra cabezadita pero poco más, hasta que a las 6 de la madrugada ya se hizo insoportable.

- ¿Estás despierto? -le pregunto a mi pareja.  
- Sí. ¿Qué necesitas?
- Que me ayudes a salir de la cama... tengo que tomarme otro analgésico, y no aguanto más tumbada.

No era capaz de mover la pierna por mí misma. Con sumo cuidado Alfonso la desplazó por el colchón hasta que la apoyé en el suelo y con su ayuda y la de las muletas me levanté. Necesitaba moverme. Cuando empezó a hacerme efecto volví a tumbarme para medio dormir un par de horas más, y a las 8:30 me levanté, desayuné y empecé a encontrarme mejor.

La siguiente noche tenía el analgésico gracias al cual pude pegar ojo la primera noche de hospital. Pura magia. Dormí como un bebé ¡por fin! Los siguientes días me moví por casa con las muletas hasta que me empezaron a sobrar y me iba manejando sin ellas. El martes tenía revisión con el médico y por aquello de seguir las recomendaciones, entré en la consulta con las muletas, pero con una determinación clara que expresé nada más pasar la puerta:

- ¿Es imprescindible seguir andando con las muletas? -le pregunto al médico.
- Muy buena actitud. Ya veo que vas como un tiro...

Me examinó y quitó la venda. Según la cronología de la recuperación, tendría que mantener la plena extensión pasiva de la rodilla entre 2 y 4 semanas de la operación, al igual que doblar 90º. Habían pasado 5 días y ya hacía ambas cosas. Normal, puesto que me tiré 24 horas con la pierna así en el hospital y todo el tiempo que estaba sentada en casa. Por suerte, no hice caso de quienes me dijeron que en lugar de tenerla completamente estirada convenía que me pusiera un cojín debajo de la corva.

- No, eso nunca -me dijo el médico- precisamente porque la has estirado del todo estás progresando tan deprisa, y porque la operación ha ido muy bien.
- Desde luego -sólo tenía dos incisiones y una cicatriz que más que una operación parecía un arañazo.
- Además, tienes muy buen tono muscular -añadió, apretándome el comienzo del cuádriceps en la otra rodilla.

Gracias, Morcuera, Canencia, Lagos, Morredero, Farrapona, Tourmalet, Alpe d'Huez, Galibier... gracias a todos esos puertos que tanto me cuesta ascender y que disfruto como una enana bajando. Gracias, querida bici, por esos cuádriceps y esos gemelos, gracias.  

Faceta psicológica: algo que nos caracteriza a los deportistas es que el dolor no nos detiene. Es más, tenemos la sensación de que si no hay dolor no hay progreso, como si no entrenáramos bien. Yo creo que algunos somos tan masocas que hasta nos gustan las agujetas, es como que sientes el cuerpo mucho más. Pero lo más curioso en mi caso es que cuando tengo la pierna quieta siento más dolor que cuando me muevo. La tendencia natural de cualquier ser humano, por lógica, es quedarse inmóvil ante el dolor. Pero los deportistas nos decimos: si duele es señal de que te estás poniendo fuerte ¡sigue un poco más!

Entre los 30 y los 40 años yo sufrí varios brotes de artritis, durante los cuales se me hinchaban las articulaciones y me costaba andar, sobre todo al levantarme. Salía de la cama a trompicones como una anciana. Mis manos amanecían hinchadas y no podía cerrar el puño. Iba al lavabo, las mojaba en agua caliente y poco a poco se iban cerrando. Y a medida que me iba moviendo, se pasaba ese anquilosamiento. Eso sí, sin brusquedades, y despacito. Porque el dolor está ahí para algo: para evitar que te dañes más.

Vuelvo a lo que dije en el primer capítulo: el dolor tiene dos componentes, y para recuperarte de una lesión la parte emocional hay que dejarla a un lado. Si te quedas en la cama o en el sofá compadeciéndote de lo que te duele, lo mal que estás y la mala suerte que has tenido de lesionarte, te va a doler más. Si poco a poco y con cuidado (sin hacer el burro) te vas movilizando irás encontrándote mejor.

Y deja que los demás te ayuden... pero no demasiado. No los tengas todo el día pendientes de ti. Si hay algo que puedas hacer por ti mismo, aunque suponga un esfuerzo, hazlo. El espíritu de superación está implícito en la naturaleza humana. Si lo anulas o lo ignoras vas a pasar por peores momentos que superar un dolor físico, porque el dolor psicológico es mucho más difícil de controlar.

¡Vamos a por la rehabilitación!




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