domingo, 18 de junio de 2017

CAPITULO 9: ¡CORRE!

Estaba "jardineando" cuando al dejar unas hierbas arrancadas diviso algo nuevo: pelo marrón con distintos tonos, y unos bonitos ojos azules.

- ¡Hola, pequeño! ¿De dónde has salido tú?

Un precioso gato siamés estaba tan tranquilo sobre el césped mientras mis dos gatos lo observaban. Cetín parecía mirar con curiosidad mezclada con indiferencia mientras que los ojos verdes de Leoncio estaban fijos en nuestro "invitado", que no mostraba perturbación alguna. El gatuno príncipe azul no veía amenaza en ese gato que es pura miel cuando restriega su cara contra tu mano para que le acaricies, y que ronronea como si se hubiera tragado un acordeón si le rascas la barriga. Pero en realidad a su mirada sólo le faltaba la banda sonora de "el bueno, el feo y el malo". De repente salta sobre el siamés que sale disparado hacia la finca contigua. Se oyen maullidos de pelea mientras grito a Leoncio que pare, no puedo verlos porque la valla está cubierta de enredadera. No sabía que hacer para evitar que se dañaran y salí corriendo a por la manguera para echarles agua. Cuando llegué ya se habían ido, y al poco Leoncio regresó y se puso a acicalarse, tan tranquilo. Aquí no ha pasado nada. Pero si. De repente caigo.

¡He corrido! ¡Por primera vez desde la lesión!

Y no me ha dolido, la rodilla ha respondido. Ha pasado un mes exacto desde la operación y ya hay dos cambios importantes: puedo correr y subirme a una silla poniendo primero la pierna buena sin miedo a que me pegue un cebollazo la mala al dejarla colgando. Hubiera intentado correr antes si no me encuentro voces que me dicen: "no te lances, ve con cuidado". Bueno, pues por lo menos puedo intentar trotar. Podré sentirme un poco deportista...

Empecé la rehabilitación el día 2 de Junio. Me tocó una chica joven, pequeñita, con menudas manos y uñas pintadas de rosita, pero con mucha fuerza en sus dedos (que se lo digan a mi cicatriz...). Ejercicios: subir un escalón sobre la pierna mala, ponerme encima de un círculo inflado (ejercicio de propiocepción), sentadillas muy suaves con un balón de Pilates a la espalda, y presionar un aro y una pelota de goma con los cuadríceps. Más el tratamiento de los fisios. Subiendo el escalón me di cuenta de que me dolía y seguí. Me acordé de cuando subo Morcuera. Las piernas duelen y sigues. Así es la bici. Pero claro, caí en que quizá no sea lo más adecuado cuando te estás rehabilitando de una lesión y aflojé. Ojo a esa inercia: parad. Stop. El dolor ahora no indica progresión, es una advertencia para que vayas más despacio.

En estas dos semanas de rehabilitación se nota la mejora física, doblo más de 90º, las muletas están más que olvidadas y prácticamente no cojeo aunque camine a buen ritmo. Las escaleras las bajaba primero seguidas con un pequeño saltito, ahora ya sin salto. Pero tu mente pide más. Necesita su dosis de endorfinas. Mi alegría habitual, mi optimismo, siguen ahí cuando estoy con gente, trabajando, charlando, porque me distraigo, pero las mañanas se hacen duras porque amaneces de bajón, y momentos en los que antes te sentías bien porque sí, ahora es como si te faltara la energía. El dolor es tu compañero inseparable: cuando tienes la pierna estirada mucho rato, te duele, cuando la encoges, te duele, cuando estás mucho rato sentada, te duele al levantarte, cuando llevas mucho rato andando, te duele porque se carga, duele cuando el fisio te masajea la cicatriz para quitar adherencia, duele cuando te dobla la pierna hacia atrás para ir ganando ángulo... y aunque el dolor sea tolerable, todo esto te desgasta emocionalmente.

Mis dos deportes más practicados al ser tan diferentes me aportan asimismo sensaciones distintas. La bici es un esfuerzo largo y continuado al aire libre, que te permite oxigenar los pulmones y te da dosis extra de endorfinas. El karate es intenso y bajo techo, pero supone una progresión continua y un aprendizaje de control del propio cuerpo. Llevo más de un mes sin esas endorfinas y sin esa ilusión por aprender o perfeccionar un kata. De ahí esa falta de "pilas" que siento a menudo.

Por eso, recién empezada la rehabilitación intenté subirme al rodillo. Me puse incluso las zapas con calas incluidas. Casi muero de miedo. Me costó muchísimo subirme a la bici y una vez arriba como se me ocurrió meter la cala luego me dio pánico no saber sacarla y que la rodilla me volviera a crujir. Notaba que interiormente temblaba. No quise volver a subirme en toda la semana. Era un caso claro de estrés postraumático. Me quedé sensibilizada por el dolor de la retirada del drenaje, aún era reciente. Lo dejé pasar, porque sabía que si me forzaba iba a ser mucho peor.

Una semana después volví a intentarlo (sin calas) y se fue el miedo pero al subir la rodilla dolía bastante, así que no me quise arriesgar. Un tercer intento fue el pasado miércoles, asimismo me dolió al principio, pero menos. Remitió un poco y seguí dando pedales pero el dolor no bajaba y decidí no hacer más de cinco minutos. Vuelvo a repetirme mi palabra talismán: paciencia. Y pienso en otra alternativa: nadar. Con el calor que hace, además, apetece, aunque iré a piscina cubierta. Le pregunté a los fisios de la clínica de rehabilitación. y me dan el visto bueno.

Por otro lado, el pasado viernes en la clínica, en lugar de cogerme mi bajita de ojos verdes me trató otro fisio, un chico alto y moreno. Boca abajo en la camilla, vamos con el ejercicio de doblar. Me planta una mano en la rodilla y con la otra empuja hacia abajo mientras la dobla para seguir aumentando el ángulo.

- Cuando te deje de doler me avisas.

La rodilla tiraba, como siempre, pero al rato se pasaba el dolor y se quedaba solo la tirantez. Cuando le avisaba, empujaba para doblar más. Y entonces me di cuenta de que si me centraba en relajarme dolía menos. Volvemos al dolor emocional: sigue ahí. Con este nuevo ejercicio he conseguido doblar más y que se pase el dolor que a veces notaba al subir escaleras.

Consejos: cuesta, pero recordad que si intentáis relajar la zona lesionada se recuperará antes. Probad también, aunque os llamen "locos" a daros un poco más de caña, eso sí, con  mucha precaución. El fisio me dice que si no duele, puedes seguir. Respecto al "bajón", sed conscientes de que es esa falta de ejercicio físico, no lo achaquéis al jefe o la familia política ;). Y por último... vuelvo al consejo de antes de operarme: si no puedes hacer un deporte prueba con otro ¡vamos a nadar!



martes, 6 de junio de 2017

CAPITULO 8: PROGRESA MÁS QUE ADECUADAMENTE

Primera noche en casa con la pierna operada. Almohada bajo la misma. No puedo ponerme de lado. Duele. Como llegamos tarde el día anterior, ya estaban cerradas las farmacias y creí que con mi marca de ibuprofeno de "toda la vida" podría tolerar el dolor. Bueno, tolerarlo lo que se dice tolerar... ¿se considera tolerable lo que no te deja dormir? Pasé la noche echando alguna que otra cabezadita pero poco más, hasta que a las 6 de la madrugada ya se hizo insoportable.

- ¿Estás despierto? -le pregunto a mi pareja.  
- Sí. ¿Qué necesitas?
- Que me ayudes a salir de la cama... tengo que tomarme otro analgésico, y no aguanto más tumbada.

No era capaz de mover la pierna por mí misma. Con sumo cuidado Alfonso la desplazó por el colchón hasta que la apoyé en el suelo y con su ayuda y la de las muletas me levanté. Necesitaba moverme. Cuando empezó a hacerme efecto volví a tumbarme para medio dormir un par de horas más, y a las 8:30 me levanté, desayuné y empecé a encontrarme mejor.

La siguiente noche tenía el analgésico gracias al cual pude pegar ojo la primera noche de hospital. Pura magia. Dormí como un bebé ¡por fin! Los siguientes días me moví por casa con las muletas hasta que me empezaron a sobrar y me iba manejando sin ellas. El martes tenía revisión con el médico y por aquello de seguir las recomendaciones, entré en la consulta con las muletas, pero con una determinación clara que expresé nada más pasar la puerta:

- ¿Es imprescindible seguir andando con las muletas? -le pregunto al médico.
- Muy buena actitud. Ya veo que vas como un tiro...

Me examinó y quitó la venda. Según la cronología de la recuperación, tendría que mantener la plena extensión pasiva de la rodilla entre 2 y 4 semanas de la operación, al igual que doblar 90º. Habían pasado 5 días y ya hacía ambas cosas. Normal, puesto que me tiré 24 horas con la pierna así en el hospital y todo el tiempo que estaba sentada en casa. Por suerte, no hice caso de quienes me dijeron que en lugar de tenerla completamente estirada convenía que me pusiera un cojín debajo de la corva.

- No, eso nunca -me dijo el médico- precisamente porque la has estirado del todo estás progresando tan deprisa, y porque la operación ha ido muy bien.
- Desde luego -sólo tenía dos incisiones y una cicatriz que más que una operación parecía un arañazo.
- Además, tienes muy buen tono muscular -añadió, apretándome el comienzo del cuádriceps en la otra rodilla.

Gracias, Morcuera, Canencia, Lagos, Morredero, Farrapona, Tourmalet, Alpe d'Huez, Galibier... gracias a todos esos puertos que tanto me cuesta ascender y que disfruto como una enana bajando. Gracias, querida bici, por esos cuádriceps y esos gemelos, gracias.  

Faceta psicológica: algo que nos caracteriza a los deportistas es que el dolor no nos detiene. Es más, tenemos la sensación de que si no hay dolor no hay progreso, como si no entrenáramos bien. Yo creo que algunos somos tan masocas que hasta nos gustan las agujetas, es como que sientes el cuerpo mucho más. Pero lo más curioso en mi caso es que cuando tengo la pierna quieta siento más dolor que cuando me muevo. La tendencia natural de cualquier ser humano, por lógica, es quedarse inmóvil ante el dolor. Pero los deportistas nos decimos: si duele es señal de que te estás poniendo fuerte ¡sigue un poco más!

Entre los 30 y los 40 años yo sufrí varios brotes de artritis, durante los cuales se me hinchaban las articulaciones y me costaba andar, sobre todo al levantarme. Salía de la cama a trompicones como una anciana. Mis manos amanecían hinchadas y no podía cerrar el puño. Iba al lavabo, las mojaba en agua caliente y poco a poco se iban cerrando. Y a medida que me iba moviendo, se pasaba ese anquilosamiento. Eso sí, sin brusquedades, y despacito. Porque el dolor está ahí para algo: para evitar que te dañes más.

Vuelvo a lo que dije en el primer capítulo: el dolor tiene dos componentes, y para recuperarte de una lesión la parte emocional hay que dejarla a un lado. Si te quedas en la cama o en el sofá compadeciéndote de lo que te duele, lo mal que estás y la mala suerte que has tenido de lesionarte, te va a doler más. Si poco a poco y con cuidado (sin hacer el burro) te vas movilizando irás encontrándote mejor.

Y deja que los demás te ayuden... pero no demasiado. No los tengas todo el día pendientes de ti. Si hay algo que puedas hacer por ti mismo, aunque suponga un esfuerzo, hazlo. El espíritu de superación está implícito en la naturaleza humana. Si lo anulas o lo ignoras vas a pasar por peores momentos que superar un dolor físico, porque el dolor psicológico es mucho más difícil de controlar.

¡Vamos a por la rehabilitación!