Comienzo este nuevo blog dedicado exclusivamente a la psicología deportiva empezando por una crónica en primera persona, de una lesión deportiva sufrida en mis propias carnes: la del ligamento cruzado, típica de futbolistas y esquiadores, en mi caso producida en un calentamiento en karate. Los artículos están orientados a dar información sobre cómo se puede afrontar una lesión deportiva desde el punto de vista psicológico.
Se lo había oído decir a muchos compañeros y amigos. Cuando algo se te rompe se siente una especie de "crack". Pero también me decían que el dolor era insoportable, la zona afectada se hinchaba y no podías apoyar el pie caso de tratarse una lesión del tren inferior. Así que a pesar de oír ese crujido en mi rodilla y tener esa sensación de rotura, pensé que quizá fuera solo el típico "crock" (con "o") de cuando se recoloca una articulación, por lo que al remitir un poco el dolor continué la clase con mucho cuidado.
CAPÍTULO 1: ¡CRACK!
Se lo había oído decir a muchos compañeros y amigos. Cuando algo se te rompe se siente una especie de "crack". Pero también me decían que el dolor era insoportable, la zona afectada se hinchaba y no podías apoyar el pie caso de tratarse una lesión del tren inferior. Así que a pesar de oír ese crujido en mi rodilla y tener esa sensación de rotura, pensé que quizá fuera solo el típico "crock" (con "o") de cuando se recoloca una articulación, por lo que al remitir un poco el dolor continué la clase con mucho cuidado.
Serían aproximadamente las 20:35 del 6 de Marzo de 2017.
Estábamos en el calentamiento, el compañero que corría a mi lado lo estaba
llevando y propuso saltar al potro por parejas: uno se pone, el otro salta y
cambio. Sé hacerlo, pero mi poca capacidad pulmonar y pulsaciones altas impiden
que pueda saltar más de 4-5 veces seguidas porque se me acaba el aire. Buf, me
cansa mucho esto, le dije. Bueno, pues salto yo, me contestó. Pasó por encima
de mí y luego pensé: ¡qué demonios, si sabes hacerlo, hazlo las veces que
puedas y así coges fondo!
- Ponte, anda -le dije a mi compañero- que te
salto.
Para facilitarme la maniobra, se agachó más pero un poco
horizontal, sin arquear la espalda y sin meter la cabeza. Ello me obligaba a
abrir más las piernas y al elevarme menos porque estaba más bajo erré el
cálculo de mi caída y mi rodilla "mala" (la derecha, que tengo un
poco metida hacia adentro) crujió. Caí al tatami. Y dolió.
Contados los hechos que provocaron la lesión, vamos con la parte
psicológica, aplicada a mí misma que no sólo van a ser mis pacientes
los que se beneficien de tantos años estudiando y actualizándome como psicóloga
;)
Lo primero que hice tras notar ese dolor fue evitar el impacto
emocional. Es algo que tengo entrenado porque practico habitualmente dos
deportes duros, uno por intenso (karate) y otro por agónico (ciclismo). Además,
he sufrido dos operaciones con complicaciones (incluyendo que me exprimieron el
pus de un punto infectado, no veas cómo duele), otra más también dolorosa (las
4 muelas del juicio de golpe) y accidentes varios como 12 puntos en la cabeza
en una caída esquiando. Pero aunque no hayáis pasado por tantas vicisitudes
como yo podéis aliviar un poco el dolor mitigando dicho impacto.
El dolor tiene dos componentes: el físico y el emocional. Cuando caí, mi pensamiento
fue: “tranquila, aguanta, que se pase,
que se pase, seguro que no es nada”. Si llego a pensar: “ay que me he roto” o “qué dolor, esto es malo”, el miedo y la tensión que se generan
ante la expectativa de una grave lesión hubieran
incrementado el dolor físico. Seguí entrenando despacito y en un
desplazamiento volví a notar insegura la rodilla. Incrementé el cuidado hasta
que al hacer un kata en el que se pasa de una posición alta a otra más baja se
me volvió a ir la rodilla. Me di cuenta de que no podía continuar porque la
lesión podía ir a peor. Y algo más.
La amígdala, no
la de la garganta, sino esa pequeña porción de cerebro que nos alerta del peligro
sin casi pensarlo y moviliza nuestro organismo para reaccionar ante esa
amenaza, entró en juego. Un pensamiento fugaz vino unido a esa sensación: “mierda, no voy a poder seguir haciendo
karate”. Me entraron ganas de llorar pero las controlé, estaba en clase, y
volví a tranquilizarme a mí misma: “vamos,
descansa, ve al médico, y a ver qué pasa”. Me duché y regresé a casa. Puse
hielo sobre mi maltrecha rodilla. Seguía doliendo pero no era muy intenso.
Puede que sea porque aún está caliente. Esperemos a ver cómo está mañana y si
va a más doy un parte a la Federación Madrileña de Karate y me voy a urgencias.
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